Francisco Suniaga
@FSuniaga
Nunca he creído en la infalibilidad
mítica que muchos le atribuyen al G2 cubano. No me resulta lógico que,
por ejemplo, los médicos e ingenieros cubanos no alcancen los estándares
internacionales de sus disciplinas y estén a años luz de los
profesionales venezolanos, y los agentes del G2 sean, por el contrario,
fenomenales. No dudo que sean buenos policías políticos (en Cuba), pero
de allí a creerlos capaces de urdir y ejecutar con finura los grandes
planes y maniobras políticas que les permitan conducir de manera
inteligente un país complejo como Venezuela, hay un trecho. Creo, por el
contrario, que algo hay de cierto en la tesis de un amigo antillano,
refugiado aquí desde hace décadas, quien asegura que un agente del G2 es
capaz de confundir al cardenal Urosa con un babalao.
Por eso resulta más indignante que sean
precisamente esos chapuceros políticos, quienes, por el insólito
entreguismo de Maduro y su entorno, tengan en sus manos las riendas del
país y sean el poder detrás del trono. Control que ha sido determinante
en el curso que han tomado los acontecimientos, y en particular en la
violenta reacción del Gobierno y sus falanges a partir del 14 de abril.
El ADN de esas maniobras está clarísimo.
Desde esa fecha, al examinar los hechos,
han resaltado dos cosas. La negativa a realizar una auditoría que, de
tener el Gobierno la mayoría, como dice tenerla, no haría sino
fortalecerlo. De hecho, tanto Nicolás Maduro como su jefe de campaña, en
sus primeras intervenciones después de las elecciones, accedieron a que
se realizaran, después decidieron actuar de manera opuesta a lo que
parecieran ser sus propios intereses, si se suponen democráticos. El
camino que escogieron es culebrero y resulta una autopista a la
inestabilidad del país. ¿A quién le conviene eso? A partir del 15 de
abril hay también una consistente presencia de la represión violenta, de
la violencia institucional y el abuso de las cadenas de radio y
televisión por parte del Gobierno.
Hoy mismo, al escribir este artículo
(una semana antes de su publicación) hubo un intento de sabotaje a una
concentración de Capriles en Ciudad Bolívar y varios diputados de la
oposición, incluida María Corina Machado, fueron golpeados por los
“barra brava” del PSUV en pleno hemiciclo. Tres días antes habían
apresado al general Rivero y quién sabe si para esta fecha se hayan
sumado otras tropelías en el curso de la semana.
La represión y la violencia por parte de
un Gobierno que está cuestionado por la oposición pareciera ser una
torpeza. En los regímenes democráticos se habría procedido exactamente
al contrario: se habría auditado el resultado, enmendado, si era el
caso, y de todas, todas, se habría abierto una negociación para llegar a
acuerdos de convivencia que facilitaran el libre juego político.
¿Qué explicaría esa aparente torpeza? La
acción del Gobierno cubano y su plan para Venezuela. La impresión que
tengo es que para los estrategas políticos cubanos (absolutamente ayunos
de conocimientos de lo que significa manejar el poder en una sociedad
plural y moderna como la venezolana) la única forma de lidiar con
nuestras complejidades es promoviendo las grandes simplificaciones que
acerquen a Venezuela a una realidad en la que son como peces en el agua:
la Cuba totalitaria de los Castro.
Esa es la razón por la que los
demócratas de Venezuela chavistas incluidos no entienden lo que está
pasando, no comprenden adónde conducen estos disparates. Pero es
cuestión de imaginarse el cuadro: para los think tank políticos de Cuba
(el cerebro del G2) un sistema republicano de gobierno, una democracia
institucional, regida por el imperio de la ley, es algo así como el
bosón de Higgs para un profesor de literatura, absolutamente
inaprensible.
Detrás
de esta violencia e intolerancia postelectoral está la misma lógica que
lleva al Gobierno cubano a lanzar turbas a golpear y encarcelar a las
Damas de Blanco o a cualquier grupo, por pequeño que sea, que se atreva a
protestar. Esa es la lógica represiva implacable que los ha mantenido
en el poder por 54 años.
Por eso es necesario reprimir con
violencia las protestas de la oposición, encarcelar selectivamente a sus
líderes y ahogar el disenso con cadenas.
Para simplificar y convertir a la
Venezuela democrática en una sociedad totalitaria, calcada de la cubana.
Porque sería esa la única manera, como este Gobierno teledirigido desde
La Habana podría dirigir a este país. Un líder, un partido, una idea,
eso sí sería manejable, como en Cuba. Y allí es donde el G2 confunde a
un cardenal con un babalao.
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