Por Javier González Méndez
En aquel planeta, aquella segunda década de su siglo XXI, aún había
terrícolas buscando desesperadamente un remedio para el cólera, una
alternativa para el hambre, un milagro para ahuyentar la muerte
prematura. Y algunos que buscaban desesperadamente a un tal Gadaffi para
cambiarlo por un clon a imagen y semejanza. Y otros, millones y
millones de ellos a los que llamaban chinos, condenados a vivir y morir
sin enterarse de que su país era ya la primera potencia del mundo. Y
“meninos da rua” que regresaban de Copacabana a sus fabelas y les
preguntaban a sus respectivos amos, en un lapso del efecto anestésico
del caucho chamuscado: ¿qué significa emergente? Y chiquillos
compitiendo con las ratas en los subsuelos de la madre Rusia. Y humanos
sin techo, sin trabajo, sin esperanza, esparcidos por los cuatro puntos
cardinales de un paraíso perdido al que todavía llamaban Europa,
mientras un susurro procedente de millones de gargantas de United States
of América confirmaba urbi et orbi la ilustrada profecía sobre la
decadencia de occidente de un tal Oswald Spengler: “ “no we can´t”
La hermosa quimera de los derechos del hombre se perdía por los
nauseabundos sumideros parlamentarios. La utopia de las economías
sociales de mercado se ofrecía en santo sacrificio a los dioses paganos
de los olimpos financieros. Las constituciones forjadas a sangre, fuego y
lágrimas, se convertían de repente en plastilina que manipulaban a su
capricho los dirigentes del planeta, que eran como niños, oye, mientras
se hacían pis de miedo en las camas de sus palacios sobrecogidos ante el
irresistible influjo de la crisis.
En el selecto club de los ilustrados, jaleados por los ilusos
estómagos llenos, los cómplices estómagos agradecidos y los confusos
estómagos nostálgicos, seguían construyendo castillos democráticos en el
aire, intentando alargar el boom del ladrillo de los estados de
bienestar aprovechando la inercia de dos o tres conmovedoras
generaciones de “últimos mohicanos”, de cuarenta años para arriba, que
seguían firmando hipotecas legislativas sin leerse la letra pequeña, sin
calcular los desorbitados intereses y decididos a depositar su voto del
pánico en las urnas por las siglas de las siglas.
Así empezó todo, Director. Cuando los humanos y sus constituciones se
pusieron de rodillas ante los mercados, en un acto de confianza
colectiva en unos dirigentes incapaces de poner a los mercados de
rodillas ante los humanos y sus constituciones. Había empezado a crecer y
desarrollarse una “burbuja democrática” cuyo inexorable pinchazo
amenazaba con remover los cimientos de la historia de la humanidad. De
repente, el arrogante “homus democrático” entraba a formar parte de las
especies en peligro de extinción.
http://teodulolopezmelendez.wordpress.com/2011/08/30/la-burbuja-democratica/
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