La línea de sombra
que confunde la reconciliación y el acuerdo con la alcahuetería y el
celestinaje ha permitido y avalado muchas perversiones en la larga y
accidentada marcha de esta atribulada República. Desde los tiempos del
Marqués de Casa León y la entrega de Francisco de Miranda hasta el
contubernio entre el presidente Rafael Caldera y el golpista Chávez
Frías, una cinta de obscenas componendas vincula cimas y abismos,
miserias y grandezas. De la que ni siquiera se salvan nuestros mayores.
El comportamiento de Bolívar ante Francisco de Miranda da cuenta de los
claroscuros del más grande de los venezolanos.
Está pendiente una
historia de la traición y el celestinaje políticos en la Venezuela de
todos los tiempos.
Hay notables excepciones. Una de ellas, desgraciadamente
desconocida por la inmensa mayoría de los venezolanos es la de Antonio
Paredes, uno de nuestros más ilustres ejemplos de honor y rectitud en el
ejercicio de la actividad pública. Descendiente de Diego García de
Paredes y de su muy ilustre prosapia, Paredes pretendió vivir bajo
normas de conducta moral incompatibles con una época de bajeza sólo
comparable con la que hoy vivimos: los años de Cipriano Castro. Quien lo
ejecuta sumariamente en un acto de vileza no del todo inédito en estos
200 años de desafueros.
El quijotismo de Paredes y su precio de sangre parecen
condenar toda reivindicación ética al desuso, el desprecio y el escarnio
público, en un país que premia los latrocinios, los desafueros y la
traición. Aún hoy, a veinte años del acto vil y cobarde que condenara a
Carlos Andrés Pérez por los mismos que auparon el asalto al Poder de
quien no ha encontrado todavía quien lo someta al juicio implacable de
la historia, resguardado como se encuentra no sólo por la vileza de sus
instituciones sino por el celestinaje de quienes quisieran sacudírselo
por bajo cuerda, sin traumas ni sacudones, no se yergue en Venezuela un
movimiento de renovación nacional que vuelva a poner la justicia, la
moralidad y la decencia por encima de toda otra consideración. Seguimos
jugando a la pillería política. Quitarnos la sarna sin un baño de
azufre,
Gustavo Coronel, en un importante artículo – TRASICIÓN SI,
TRANSACCIÓN NO - se enfrenta a Teodoro Petkoff, más preocupado por salir
de Chávez en lo oscuro y por la puerta de escape que por abrir las
grandes avenidas de la historia y refundar la República. Y para quien,
todo período de transición se cumple sin hacer olitas y como si de
quitarle las liendres a un nietecito se tratara. Lo dice Coronel pero es
bueno repetírselo: comparar la transición chilena o la española con la
que eventualmente nos espera si el celestinaje nacional nos lo permite,
es una falacia. Ni el Chile que entregó Pinochet se encontraba devastado
por la obra de una pandilla de hampones, ni la España que Franco dejaba
en manos del joven príncipe Juan Carlos de Borbón era una cloaca de
inmundicias, muerte y desolación. Lo cual no significa reivindicar ni a
Pinochet ni a Franco. Sino trazar una línea divisoria insuperable entre
dos dictadores que no destrozaron sus países ni le entregaron sus
naciones a ningún poder extranjero y un tirano enloquecido,
irresponsable y tortuoso.
Más grave aún: Petkoff olvida que no se salió del post
gomecismo ni del perezjimenismo con añuñúes. Quien protagonizó la
Revolución de Octubre y la fundación de la Democracia venezolana no se
andaba por las ramas de la alcahuetería y el celestinaje. Puso en pie el
Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa, que exigió
rendimiento de cuentas de todo el funcionariado de la dictadura
gomecista – entre los cuales el ladrón que le diera vida a José Vicente
Rangel, cima de la alcahuetería y el celestinaje político nacional – y
fue implacable en combatir y aplastar las rebeliones de extrema derecha y
extrema izquierda que pretendieron impedir la fundación de nuestra
democracia. Entre ellos, el propio Petkoff, su hermano Luben – único
venezolano de la invasión cubana por Falcón en junio de 1966 – y muchos
de los que volvieran a hundir la República treinta años después, como
Fernando Soto Rojas, Alí Rodríguez Araque y muchos ex guerrilleros y
asaltantes de banco que hoy ocupan los más altos cargos del gobierno
bolivariano.
Es importante la admonición de Gustavo Coronel y la franca y
sincera clarificación de las aguas que nos llevan a la refundación de
Venezuela. Porque tras los consejos de apaciguamiento de nuestros
alcahuetes y celestinos se esconde un proyecto estratégico: cumplir al
pie de la letra la conseja del Conde de Lampedusa: hacer como que se
cambia todo para que no se cambie nada.
Opinión
Pedro Lastra
ND
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