Los gobiernos más alertas dan por descontado que el presidente Hugo Chávez morirá a corto o medio plazo. El corto plazo son 18 meses. El medio, 48. El diagnóstico más generalizado es que padece un severo cáncer de vejiga. Pronto se sabrá si la quimioterapia que ha recibido dio resultado o si continúa imparable el proceso canceroso. En todo caso, ante la incertidumbre, los actores principales de este drama juegan la carta de la muerte y examinan sus mejores opciones. Ninguno puede darse el lujo de dejarse sorprender.
Hugo Chávez, naturalmente, piensa que va a sobrevivir, pero sabe que las
probabilidades estadísticas no lo favorecen. Si va a fallecer, su objetivo
es que la revolución bolivariana no desaparezca tras su muerte, aunque casi
nadie entiende muy bien en qué consiste ese engendro. Chávez quiere pasar a
la historia. El problema es que sus trece años de gobierno no le han
alcanzado para crear un partido político coherente dotado de un mecanismo
razonable para escoger el sucesor y transmitir la autoridad. El chavismo es
una olla de grillos dedicados al enriquecimiento ilícito y a gritar
consignas. La selección del próximo vicepresidente resultará muy importante.
Será una forma de elegir al heredero. Por ahora, ninguno le resulta capaz de
calzar sus zapatos. Chávez, como buen caudillo, se cree irremplazable.
A la
cúpula militar no parece importarle el aspecto ideológico de la revolución,
sino el destino que le espera si se produce un cambio de régimen. A juzgar
por la reciente denuncia del Departamento del Tesoro del gobierno
norteamericano, la corrupción vinculada al narcotráfico ha calado hondo en
la estructura castrense. En los círculos de Washington comienzan a referirse
a Venezuela como un narcoestado. Los mexicanos han descubierto que muchos de
los aviones que transportan la droga al país proceden de Venezuela. La
inclusión oficial en la lista de cómplices de las FARC y de los carteles de
la droga del general del ejército Cliver Alcalá, el oficial de inteligencia
Ramón Madriz, el congresista Freddy Bernal y el parlamentario Amílcar
Figueroa presagia una gran resistencia de los militares a cualquier
evolución pacífica que los aleje del poder y del dinero y los acerque a la
cárcel. La llegada al gobierno del antichavismo puede ser el fin de la
impunidad.
Raúl Castro, además del complicado velorio de Fidel, que ya está previsto y
planeado, ahora tiene que enfrentarse al de Chávez, mucho más incierto. Ha
instruido a su poderoso servicio de inteligencia para que promueva y
fortalezca un chavismo sin Chávez que continúe asignándole a la Isla el
copioso subsidio venezolano que la mantiene a flote. Raúl pretende
convertirse en el Gran Elector que coloque al sustituto en el trono, pero
sabe que es muy improbable que el heredero, cualquiera que sea, asuma el
grado de subordinación a “los cubanos” que Chávez exhibe.
Por
otra parte, Raúl, que en Cuba está dedicado a una cruzada contra la
corrupción, no ignora que Venezuela es una pocilga en la que miles de
chavistas se dedican al delito, incluido el narcotráfico. Todo eso es muy
peligroso. Es verdad que Venezuela es una formidable fuente de subsidios,
pero el vínculo entre los dos países puede arrastrar a la Isla a una
catástrofe. Controlar a un narcoestado como Venezuela, sin un Chávez que
sirva de correa de transmisión, probablemente sea imposible. Al fin y al
cabo, esas mafias no abrigan lealtades políticas genuinas. Sólo intereses.
- Estados Unidos tiene razones para estar preocupado. Chávez es un antinorteamericano empedernido, pero su desaparición, al menos por un tiempo, será una fuente de desestabilización. Aproximadamente, el 10% del petróleo que el país importa proviene de Venezuela (hace unos años era el 15%)y es posible que el suministro se interrumpa provisionalmente. Un súbito vacío de poder podría precipitar al país en el caos. Con los niveles de delincuencia que hoy existen en Venezuela, los motines callejeros del caracazo de 1989 pueden repetirse de forma incontrolable.
- La oposición democrática tiene que hilar muy fino y con un gran sentido de responsabilidad. La mayoría del país es antichavista, pero las instituciones y casi todos los medios de comunicación están bajo control del entorno del coronel. Si éste muere, será esencial pactar y negociarla transición con una o varias de las facciones del chavismo que estén dispuestas a permitir que la sociedad manifieste sus preferencias. De esta triste historia se sale votando o matando. Lo sensato es votar y luego arreglar cautelosamente el desaguisado. Así son las transiciones.
- Carlos Alberto Montaner
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