viernes 25 de mayo de 2012 03:12 PM
No hay día sin alguien que mate al golpista presidente (GP). Esto se volvió un juego, circo o distracción que produce en muchos frustración, inestabilidad y confusión sobre lo que aquí ocurre.
El inventario hoy es muy claro: cada día se le otorga mayor espacio político al golpista-presidente (GP) quien aprovecha la coyuntura para aumentar su mesianismo.
Estamos
entonces, como se ha dicho, frente a un caudillismo de larga data. La
liquidación del guzmancismo desemboca en la tiranía Castro-Gómez.
A
la hora de la muerte natural de Gómez, quien se suponía el último
gobernante de fuerza, advino una llamada transición, con López y Medina
que, con el aval de sus opositores, mantuvo intactas las estructuras del
Estado y llevó el caudillismo a otra forma de ser y actuar.
Continúa
así la ficción de democracia y libertad que ya había sido esbozada por
Guzmán Blanco. Las llamadas nuevas escuelas civiles y militares, que
derrocan por la vía violenta el gobierno de Medina Angarita, se recubren
de inmediato con el ropaje exigido.
Betancourt se siente el
mayor heredero del caudillismo-mesiánico y le imprime la cobertura del
partido y de un pueblo-colectivo.
Continúa la organización vertical en
cuyo vértice está un jefe único y todopoderoso.
Pero RB sabía
que en ese momento su liderazgo no tenía la fuerza necesaria para
enfrentar los militares. Y por ello lleva a Rómulo Gallegos a una
presidencia que estaba condenada de antemano a caer en manos de la
conspiración, como ocurrió el 24 de noviembre de 1948.
Se abre
entonces el período de los 10 años de lo que se ha llamado
perezjimenismo. El mismo caudillismo, cambiando de forma y revestido de
planes de modernización.
Los
40 años de democracia representativa conservan el mismo Estado que
pertenece a las fuerzas del saqueo pero con una mayor utilización de las
respectivas ficciones.
Contaban con un asiento
político-partidista y una plataforma de renta petrolera que sirvieron
para consolidar la institución de la corrupción y el reparto destinado a
tranquilizar las conciencias y a ganar proselitismo.
Una
vieja política clientelista que fue incapaz de impedir el agotamiento
que termina por producir una situación del contenido y proyección del 27F-89.
Y
en ese marco, los grandes beneficiarios de la renta petrolera acuerdan
una salida con fuerzas militares y civiles, con una vestimenta, ahora
"revolucionaria". En su contenido, sin embargo, no es más que la
continuación de la política del afianzamiento del Estado de corte
neocolonial que CAP retocó para una distribución menos grosera de los
privilegios.
Con el llamado "gobierno revolucionario" el Estado
no experimenta cambios significativos, se limita en la práctica la
descentralización e impulsa la centralización para llevar todos los
poderes a las manos del caudillo mayor o jefe único.
A 200 años
de república sin república están a buen resguardo los orígenes de todas
las desigualdades. Y hoy estamos ante una síntesis de lo actuado en el
campo del caudillismo mesiánico y la opresión.
Hoy tenemos una
sociedad absorbida por la enfermedad, real o no, del GP, controlada por
la vía del miedo y la represión, bajo el mando de un
caudillismo-autoritarismo agotado y ante una ausencia de sucesión. ¿Qué
va a pasar entonces aquí? ¿Puede negarse que vamos hacia una profunda
inestabilidad que llevaría a los grupos polarizados a una violenta
confrontación por los dominios del mando-poder?
El Estado actual
está controlado hoy por una nueva fuerza militar-civil que cuenta con
relaciones claramente establecidas a nivel de capital y renta petrolera.
Nadie puede suponer siquiera que estamos ante una revolución que tiene
como agente principal al proletariado ni nada parecido. El poder del
Estado está en las mismas manos y lo que se ha movido reposa en las
forjas de los boliburgueses.
Una revolución con una política de
Estado dispuesta para servirse de la actuación de dos bandos que
representan y preservan la institución. Entre ellos dos se reparten los
privilegios del poder, mientras la política que se adelanta se ocupa de
controlar el grueso de la sociedad con la inseguridad y el
espectáculo-circo.
El activismo político lo ejerce en lo
fundamental el bando armado del Estado, que cuenta además con la
maquinaria de la delincuencia y el narcotráfico. El otro bando, ante la
imposibilidad de enfrentar, se lanza hacia una política de imitación y
convalidación.
Por una parte, señaló Pablo Hernández Parra en su
conferencia este lunes 21/05 sobre las posibilidades de una guerra
civil, el oficialismo registra una baja de la pobreza y por la otra el
alza de las cifras de criminalidad. Y esto, agregamos, lleva a pensar en
una inseguridad programada que libra al Estado de todo movimiento
organizado de y para la subversión.
En ningún otro
momento de nuestra vida republicana se había presenciado una campaña
electoral con una fuerza gubernamental desatada en su expresión violenta
y una de oposición poniendo la mejilla de la conciliación, la paz y el
entendimiento ¿De dónde se saca este comportamiento tan alejado de
nuestra realidad política? ¿Por qué tomar y exaltar las banderas del
supuestamente contrario? ¿Una Ley de Misiones para asegurar la
disposición a dar más y con mayor calidad?
Y
mientras avanza esa identificación, el registro de muertes no se
detiene. La guerra es en el propio bando oficial por el control de
espacios, poderes como el relativo al narcotráfico y demás capitales. Y
este bando a la vez va contra todos los demás y en particular contra
aquellos que no concilien con el padre Estado-Revolución.
No se
trata simplemente de una guerra con rasgos de civil que viene, sino que
ya está andando en este expaís y que cada día liquida más y más gente
mientras la revolución socialista sin socialismo, avanza criminalmente a
paso de vencedores y con el aval incluso de sus oposiciones. ¡Qué
historia amigos!
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